El misterio que son los niños




El misterio que son los niños


¡Hola!

Hoy quisiera enfocar este post en un aspecto, sin duda el más importante para mí, de este cambio de rumbo profesional que se me dio poner en marcha hace unos meses.

Me refiero a tener en mi vida, por mi trabajo, la presencia constante de los niños y todo lo que eso implica para mí. Cabe aclarar que siempre he trabajado con niños, y con adolescentes y adultos también, lo cual siempre me ha parecido increíble. Sin embargo, digamos que es muy probable que de ahora en adelante, el ejercicio de mi vocación de maestra se vaya a dar casi exclusivamente con niños de entre dos y diez años.

Una de las maestras que nos están guiando a mí y a otras seis mujeres en este proceso de capacitación nos recomendó que intentáramos grabar lo más posible los momentos en los que tuviéramos la oportunidad de estar al frente de una clase. Este pasado viernes, me tocó hacerme cargo de un grupo de segundo de primaria y fue una experiencia muy interesante: agotadora pero verdaderamente mágica.

Más tarde ese mismo día, al observar los dos videos que pude tomar, me di cuenta de varias cosas, entre ellas de ciertos puntos sobre los cuales la maestra principal de ese grupo ya me había hecho algunos comentarios, con el objeto de ayudarme a mejorar. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue mi expresión, tanto corporal como facial. En efecto, me sorprendió mucho que, a pesar de que era tan solo la segunda vez que me encontraba en ese tipo de  situación, me viera yo bastante “en mi papel” y emanando mucha tranquilidad. Sobre todo, fue mi cara la que me impresionó. No paraba yo de sonreír. Claro, había momentos, varios, en los que  era necesario ponerme seria para llamarle la atención  a uno y a otro, pero todo parecía darse en un aura de alegría y de asombro/serenidad, por intentar describir de alguna manera esa sensación que casi siempre me invade cuando estoy en presencia del misterio de lo que son los niños.

No se trata aquí de presentar una visión color de rosa de esta etapa del desarrollo de un individuo, ni tampoco es ceguera ante el reto y la responsabilidad, ambos enormes, que representa trabajar con niños. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante universitaria, me REPATEABA que el motivo que daban varias compañeras para haber elegido estudiar psicología era “porque me encantan los niños”.

Así que en este caso, les juro que no va por ahí la cosa…



Que cansan, sin duda, que son ‘un asalto a los sentidos’, también, que se necesita paciencia infinita para explicar por décima vez algo que en nuestra mente de adultos parece “regalado”, ni se diga.

Sin embargo, en estas últimas semanas, en las que todos los días he llegado exhausta de la escuela, en que he sufrido de colitis, diarrea, constantes dolores de cabeza y una crisis de migraña, mareos y una fatiga tan grande que los fines de semana casi no he hecho nada más que dormir y ver mi celular, “en babia”, en las que mis pensamientos seguido oscilan entre “son demasiadas cosas que estudiar y aprender” y “este cambio de vida me va a matar”, existe en mí una vocecita, tenue pero obstinada, que todos los días me repite: “Tú sigue, sí se va a poder”.

Es una vocecita que está hecha de muchas cosas, algunas muy profundas, verdaderamente inexplicables. Y una de esas cosas es, como lo decía antes, el privilegio, que para mí significa estar ante el misterio que son los niños.

Porque lo que he experimentado en este último mes es que, aunque a veces esté yo preocupada por las cuentas que hay que pagar, por mi hijo a quien a veces le cuesta trabajo lidiar con algunas de las cosas que ha vivido  (y lo que se le viene con la adolescencia que está a la vuelta de la esquina), cuando el cuerpo repela y no da todo lo que insensiblemente se le exige, o se entera uno de la tragedia más reciente (y terriblemente absurda) que ha sucedido en algún lugar de nuestro país, del mundo, o de nuestra comunidad, cuando se tiene que hacer de tripas corazón porque el amor que “de la nada” se le da a uno vivir de manera natural e intensa, no necesariamente se traduce en un vínculo como uno lo quisiera; en pocas palabras, cuando la vida adulta se impone en toda su  falta de imaginación y generosidad, los niños ahí están para alegrarlo todo, y también para redimensionarlo todo.



 Me pasa a veces (y sí, es el lado melancólico de mi personalidad), que al verlos corriendo, gritando y riendo en el patio del recreo, pienso y, por supuesto, me proyecto, en las decepciones, los desencuentros y/o cualquier otro tipo de golpe que poco a poco, o de tajo, inevitablemente les abrirán los ojos al lado cruel de esta vida. 

En esos momentos, me da tristeza, pero también pienso que tal vez, una de nuestras tareas fundamentales, como maestros, sea la de, desde nuestra trinchera, dejar en ellos huellas y marcas lo suficientemente positivas y profundas para que nunca olviden el camino de regreso a ese lugar, a esa época en los que se les quiso y se les valoró incondicionalmente, en la que en efecto se “miró”, se espejeó y se respetó, a las (pequeñas) personas que eran y que, en esencia, siempre serán.

Creo que es nuestra encomienda hacer todo lo posible por ayudar a que perdure lo más posible el niño/la niña que es cada uno de ellos/ellas ahora. Porque, como tan bien lo dicen los teóricos del análisis transaccional, la capacidad que pueda tener el adulto de amar, de disfrutar y de sentir curiosidad, proviene directamente de su niño interior. De mi cosecha, agregaría que, es  nuestro niño interior, como buen Principito, el único que tiene la capacidad de ver el "brillo secreto de todo", lo cual, en mi humilde opinión, es nuestra mejor apuesta para encontrar sentido profundo y alegría duradera en la vida.

Es, pienso yo, lo mínimo que podemos hacer por los niños con quienes nos toca convivir, como retribución por la alegría, el cariño, el asombro, la admiración, la franqueza, el entusiasmo, la risa, la vulnerabilidad, la determinación,  las ganas de aprender, la inocencia, todo eso y más, que conforma su SU MANERA DE ESTAR EN EL MUNDO, tan diferente a la nuestra; todos regalos gratuitos, aunque en verdad sean invaluables, con que  llenan nuestra vida, con que nos ayudan, a nosotros también, a seguir siendo niños.

“El mejor olor, el del pan;
el mejor sabor, el de la sal;
el mejor amor, el de los niños.”

Graham Greene


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