Del tiempo que pasa, soltar, malas hierbas y flores...
Del tiempo que pasa, soltar, malas hierbas y flores…
Oración de la serenidad
Dios, concédeme serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar...
Valor para cambiar las que sí puedo cambiar ....
Y sabiduría para reconocer la diferencia...
Hace unos
días fuimos al cine, mi hijo y yo, a ver “Christopher Robin”. La película la
escogió él porque, en su opinión, sería más de mi gusto que alguna aventura de
superhéroes. Y pues sí, me pareció muy bonita y en ciertas escenas, me hizo llorar, no
sólo porque se trata de una historia emotiva, sino también porque el actor
principal, Ewan McGregor, se parece mucho a mi papá, no sólo en sus rasgos
físicos, sino también en sus gestos, por lo que tuve la sensación ,
entre feliz y triste, entre rara y afortunada, de poder volver a pasar un rato
con él, quien en realidad murió
hace seis años; con todo lo que hubo y lo que no pudo ser, dándome cuenta de que,
realmente, el amor perdura, más allá de la muerte y de las limitaciones, nuestras
y de la vida.
Cuando se
encendieron las luces de la sala, al verme los ojos llorosos, mi hijo se
burló ligeramente de mi sentimentalismo. Lo único que se me ocurrió contestarle fue: “Ya te veré en algunos
años…”.
Menciono
este incidente porque justo hace algunos días, estaba yo pensando en cómo
ciertas cosas van adquiriendo, con el paso del tiempo, una profundidad de
significado y de asociación de sentimientos de la que carecen cuando somos más
jóvenes.
Me
acordaba de la primera vez que tuve contacto con la ideología de los grupos de
doce pasos, en mi adolescencia, en el contexto de una terapia de grupo a la que
asistí durante un tiempo y cuyas sesiones comenzaban siempre con la lectura de
un pasaje breve de un libro que incluía un mensaje inspirador para cada día del
año. También a veces hacíamos la oración de la serenidad. Eran momentos cuya
repetitividad me gustaba y de cierta forma me centraba y tranquilizaba; en ese tiempo mi interacción
con esos textos y con su contenido era como recorrer la superficie de un lago
tranquilo en un fin de tarde de domingo.
En
cambio, hoy en día, esto es muy diferente. En años recientes, retomé el hábito
de leer a diario un pasaje de ese y otros libros y la experiencia que tengo
actualmente de sus mensajes es la de sumergirme en un océano sin fondo de
sabiduría, emociones, insights y recuerdos.
Lo
mismo me sucedió con El Principito. La primera vez que lo leí, a mis dieciocho
años, me pareció un libro muy interesante. Sin embargo, no fue sino
hasta que lo retomé casi diez años después, que pude entender y sentir de
manera más clara la profundidad y la belleza de su esencia.
Supongo
que con esto quiero decir que la experiencia nos hace
definitivamente más sensibles, y en cierta forma, más vulnerables, a los matices de
esta vida, a lo que esconden y revelan sonrisas, suspiros, reveses, sorpresas,
lágrimas, dudas, arrepentimientos, incógnitas, separaciones, etc.
Volviendo
a la tradición de los doce pasos, con los años, me he dado cuenta de que su
mensaje de fondo es el mismo que he encontrado en el corazón de las tradiciones
de fe sobre las que he leído y que, en la medida de mis posibilidades, he
explorado e incorporado a mi vida.
Me refiero al imperativo de “soltar”, de
dejarle el control de nuestra vida a algo, un poder, una fuerza, una magia, que
va más allá de nuestra comprensión, de nuestras capacidades y de nuestro ego.
¡Qué difícil saber hasta dónde hacer y hasta
dónde soltar! Aquí también los doce pasos son aclaradores: “Haz lo posible y
lo imposible, déjaselo a tu Poder Superior”. Esto, no para que él/ella/ello
haga realidad lo que yo quisiera que pasara, sino para que disponga de mi vida
como mejor le parezca. Otra enseñanza: “nosotros hacemos la talacha, pero el
resultado se lo dejamos a él/ella/ello”.
Qué
difícil puede ser a veces, o casi siempre, ya no digamos soltar efectivamente,
sino tan sólo intentar soltar.
En este
sentido, estos meses han sido de mucho aprendizaje para mí, por no decir de
plano que han sido bastante difíciles, en cuanto a dos temas en especial.
El
primero es mi salud, asunto sobre el que ya he escrito antes. Este año la
primavera fue muy calurosa aquí en la Ciudad de México, por lo menos para
nuestros parámetros de gente consentida por el clima.
Con el paso de los años, debido
a la disautonomía que padezco, me he hecho más sensible a los cambios de
temperatura, lo que da como resultado que, por más que me gusten las
temperaturas más cálidas, a mi cuerpo no le sienten bien. Por eso, en esta última
temporada de calor, tuve que cancelar clases algunos días, dejé de hacer
ejercicio e incluso de escribir en este blog porque seguido, la poca energía que tenía no me daba más que para realizar las
tareas más necesarias.
Qué
complicado es, cuando uno se siente mal, no dejarse abatir ni tampoco repelar del
cuerpo que no nos da el rendimiento que le exigimos. Qué difícil también es no
recriminarse; llevar a cuestas, además del malestar físico, las autocríticas, centradas
en no lograr hacer todo lo que, según algún parámetro obtuso de los muchos que
abundan en nuestra sociedad, se “debería” poder hacer.
El
segundo tema con el que he estado lidiando últimamente es el de abrirme a la
posibilidad de conocer a alguien, a tener tal vez una nueva pareja, después de
años de estar casi siempre “sola”. Qué duro es darse cuenta de que, en una época en la que hay tanta gente soltera, paradójicamente se ha vuelto
muy difícil, casi improbable, ya no digamos que se establezca una conexión profunda
y verdadera entre dos personas, sino tan sólo que la gente se anime a tomar el
más mínimo riesgo de abrir de nuevo su corazón.
Y más doloroso aún es cuando, existiendo de
hecho esa conexión, habiendo esa magia, tan maravillosa como escasa, una de las
partes se ve imposibilitada de aceptar y recibir ese regalo de la vida, porque
su historia le pesa demasiado y le cierra los caminos hacia un futuro
diferente, más pleno.
Qué
triste es quedarse con ese gran paquete, envuelto en papel brillante y con un
gran moño, lleno de cariño, ilusión y deseo, en los brazos, sin poder entregarlo,
porque la otra persona, a pesar de estar ávida de todo eso bueno que uno quiere
darle, está restringido por ataduras que aunque para uno sean invisibles,
no dejan de ser extremadamente resistentes, incluso irrompibles.
Qué
reto ha sido y es, en momentos así, no rechazar las dificultades como se me
presentan.
No
pelearme ni asustarme con la realidad de mi cuerpo sin energía, con sus mareos,
escalofríos y nauseas.
No
pedir que se den circunstancias que vayan más de acuerdo con lo que YO QUIERO, ni regatear con Dios como se estila a veces con los marchantes de los tianguis: “A ver papacito,
después de un divorcio y otras tantas desilusiones, como que ya me toca una
relación como la que siempre soné, ¿¡o no?!…¡¿Y tú, todavía me mandas esto!?
¡¿Más penas?! ¡¡De verdad que te pasas!!”
Es un
reto, no cabe duda, pero es el trabajo que me toca hacer a mí y que nos toca
hacer (cada quien con sus respectivos dolores) a todos a los que nos gustaría
rebasar la postura de buscar forzar constantemente a la vida a darnos
lo que queremos, como si aún fuéramos niños de cuatro años.
Es el
desafío de no discutir, o sí discutir a ratos, pero en algún momento decir:
“Ok, está bien. Acepto el dolor, acepto el coraje, acepto la frustración,
acepto el miedo… Acepto seguir sintiéndolos, aunque lleve ya mucho tiempo sufriendo,
sin buscar huir de ellos lo más rápido posible.” En pocas palabras, “ACEPTO LA
REALIDAD”.
No es
fácil, evidentemente, y por eso, es el trabajo de toda una vida. Como dice
Charlotte Joko Beck, “mientras siga queriendo que las cosas sucedan de cierta
manera, tendré que seguir sentándome a meditar”.
Sin
embargo, la vida es generosa, porque no todo es lucha, y además, dentro de
la lucha, cuando se la enfrenta, se descubren grandes tesoros.
Si en
algún momento de nuestra existencia, incluso a veces en medio del sufrimiento y
de los torbellinos internos y externos de nuestra vida, tenemos la suerte de
cuestionarnos: “¿A quién le está pasando todo esto que duele tanto?”, “¿A quién
le duele?”, de repente se abre ante nosotros una puerta en dónde no veíamos
salida; se nos muestra la entrada a un jardín secreto donde hay paz y alegría,
no sólo a pesar del sufrimiento, sino CON TODO Y el sufrimiento.
En mi
caso personal, en uno o varios momentos de gracia, se me ha dado descubrir que
lo que llamo mi vida, no es mi vida en realidad; que la entidad que experimento
y reconozco como Ana, no existe en sí, sino que lo que existe es una
conciencia, por llamarla de algún modo, inseparable de todo lo que es, así
como de su fuente original, por la que simplemente pasan las cosas, tal como el
agua fluye por el cauce de un río.
Algunas
de esas cosas las vivo como buenas, placenteras, positivas, acordes a como yo
creo que debe correr mi vida. Y otras, las experimento como malas, tristes,
negativas, frustrantes, contrarias al plan que tengo para mí.
Pero incluso esas etiquetas o distinciones cognitivas no son más que una gota más en el
torrente siempre cambiante de acontecimientos, ideas y emociones que sin tregua
pasa por mí. Ni siquiera tengo que buscar cambiarlas. Más bien, me puedo limitar a observarlas.
No es
que las diferentes situaciones que vivo me dejen de doler o de dar placer sino que,
al tomarlas ya no como cosas que me pasan A mí, sino como cosas que pasan POR
mí, y al entenderme a “mí” como una especie
de pantalla en la que se transmite una película, es más fácil
simplemente sentarme a ver dicha película, ya sea disfrutando o sufriendo sus
distintas escenas, pero ya sin tanto afán de querer cambiar la trama ni el
destino de los distintos personajes que en ella aparecen.
Esto,
porque comprendo que no se me va a ir la vida en ello, que ni mi existencia, ni
mi paz, ni mi dicha dependen de qué tanto “éxito” y “felicidad” logre o no
acumular durante lo que dure la transmisión.
Desde
este punto de vista, me doy cuenta de que las expresiones “ponerlo todo en
manos de Dios” o “soltar” incluso pierden su sentido; no son más que un decir,
porque en realidad no hay separación entre quien experimenta y lo que es
experimentado, así como, en maneras que nunca lograré asir, no existe
distinción entre mi conciencia, mi ser, y la fuente de todo.
Lo que
queda por hacer, entonces, más que afanarnos en que las cosas sigan tal o cual
curso, es más bien observar, experimentar, ser testigos del río de la vida que
fluye a través de nosotros.
Y
cuando logramos hacer esto, aunque sea por instantes breves y de manera
imperfecta, de pronto se nos abre el panorama y por primera vez podemos VER.
Ya no estamos cegados por nuestra proyección mental de cómo queremos que sean
las cosas y por lo tanto, podemos apreciar la belleza de la
realidad COMO ES. Como dice Krishnamurti, la realidad es lo que siempre debe
tener primacía para nosotros, y no nuestros sueños, simplemente porque la
realidad ES.
Y al ya
no tener un supuesto objetivo que alcanzar (la eterna y famosa zanahoria), de
pronto podemos apreciar la belleza y el milagro de la realidad, de la vida, en
sus mínimos detalles, incluso en lo que podríamos considerar “malo” o
“negativo” desde una visión superficial y miope.
Así, un
cuerpo cansado y doliente, se vuelve algo a lo que se cuida y se quiere, cuyos
ritmos se atienden y se siguen, cuyas necesidades se respetan, más allá de lo
que nuestro mundo actual pueda decir sobre el rendimiento, la productividad, lo
fitness, el “sánate a ti mismo” y otras necedades.
Así, entre
dos personas puede haber amor, aunque sea efímero, aunque sea raro e imperfecto,
aun a pesar de las múltiples formas en las que las penas del pasado nos pueden herir
e incluso mutilar el alma y el corazón.
Así,
puede haber aprendizajes valiosísimos y plenitud en los “fracasos”, en lo que
no salió de acuerdo al plan, en lo que desentona de los ideales poco generosos
y nada imaginativos que nos proponen, o imponen, las voces cantantes de nuestra
sociedad. Puede haber gracia y redención, en palabras de Lacan, en los viajes que nos toca emprender cuando se
nos han acabado los caminos.
Bien lo
dijo Winnie Pooh: “Las malas hierbas también son flores cuando las llegas a
conocer”.
Me encantaría saber lo que este texto te hizo reflexionar o que me compartieras alguna de tus experiencia con estos temas.
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Si te gusta leer en inglés, te puede gustar la versión de este blog en inglés, theiridecentapple.blogspot.com en la que presento textos distintos pero también escritos desde el punto de vista de "el brillo secreto de todo".
Créditos de fotografías (todas en unsplash.com)
1. Christopher Sardegna
2.Chris Jarvis
3. Valentin Sirbu
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