Día del niño



Día del niño


“Cuando era niño, los mayores me preguntaban: “¿Qué quieres ser cuando crezcas?” Hoy ya nadie me pregunta. Si me preguntaran, les diría que quiero ser niño."

Fernando Sabino


Hoy es día del niño aquí en México. Por más arbitrarias y comerciales que nos puedan parecer estas fechas, creo que no dejan de ser especiales, porque dan pie, en ciertos casos por lo menos, a que pongamos más atención a las alegrías cotidianas, así como a que celebremos esos “milagros” diarios que de tan comunes, es fácil que pasen bajo el radar de nuestra percepción, así como andamos a veces de distraídos y abrumados, entre el ajetreo, las preocupaciones y los compromisos de la rutina.

Mi hijo ya tiene nueve años y sin embargo, me sigue sorprendiendo su presencia en mi vida… Como decimos aquí: “todavía no me la creo que tengo un hijo”.

He notado que mientras más pasa el tiempo, y entre más lejana queda mi propia niñez en la línea del tiempo de mi vida, más la infancia se me hace una época verdaderamente única y mágica de la vida.

No pretendo idealizar las cosas. Todos fuimos niños en algún momento y sabemos que no necesariamente se trata de una etapa fácil, ni exenta de dolor.

Asimismo, quienes tenemos hijos, sabemos el trabajo que dan y lo mucho que cuesta “lograr que se vuelvan gente”, como dicen en el pueblo de mi mamá…

Sin embargo, es innegable que algo tiene de misterioso la infancia; tiempo de inocencia, de promesas, de primeras interacciones con el mundo, de intensidad de impresiones y de libertad de experimentar y expresar sentimientos, difícilmente repetible en etapas subsecuentes...Por todo eso se me hacen tan singulares los niños, y no sólo adultos en pequeño.

Hay a quienes les cuesta congeniar con ellos, encontrar intereses comunes y/o temas de conversación, un poco como al personaje de “About a boy” interpretado por Hugh Grant. A mí, al revés, en general se me hace mucho más fácil hablar con ellos que con la gente de mi edad. ¿Será que no me siento juzgada por ellos? Aunque sí igual, o más, observada y analizada.

Creo que es también porque la atención con la que aprehenden el mundo es mucho más intensa que la nuestra, y sus sentimientos más profundos y genuinos. En lo personal, sus comentarios y puntos de vista me parecen muy interesantes y frescos por el hecho de que su manera de percibir, de ordenar y de significar su entorno es muy diferente a como normalmente lo hacemos los adultos.

Además de mi hijo, hay varios otros niños en mi vida. La mirada que tanto él como mis alumnos pequeños posan sobre el mundo permea también mi día a día de ligereza y encanto.

Claro que es mucho más cansado trabajar con niños que con adultos, en parte porque se distraen y se aburren rápido y constantemente hay que reconducirlos a la actividad y al aprendizaje que se quiere lograr con ellos.
 También es necesario establecer un equilibrio, cosa que a veces resulta complicada de lograr, entre hacerlos trabajar y no atropellarlos; escuchar sus anécdotas y opiniones, tomarlos en cuenta en lo que se refiere a sus sentimientos y reflexiones.

  Como no trabajo con grupos, sino en clases particulares, con uno o dos alumnos a la vez, tres como máximo, tengo asiento de primera fila en cuanto a lo que los alegra, les emociona, los asusta o les enoja. No es raro que, a media clase, me empiecen a contar de algún problema o inquietud que estén viviendo o, al contrario, sobre alguna situación que los tiene muy emocionados y felices.

Y de verdad que no hay nada mejor que pasar un rato con un niño, sobre todo riendo de sus ocurrencias, para olvidar o por lo menos poner en perspectiva los problemas y preocupaciones de la vida adulta.



Triste aquél que no conserva ningún vestigio de la infancia.

Mario Quintana



Creo que otra ventaja de poder convivir con niños diariamente es que esto me facilita la tarea de recordar y tener presente a la niña que algún día fui.

Hay una teoría en psicología llamada Análisis Transaccional (AT) que me parece que explica y esquematiza de manera excepcionalmente clara la influencia que tienen en todos los ámbitos de nuestra vida las experiencias que tuvimos de niños, así como las creencias o “guiones de vida” que desarrollamos en esa etapa de nuestro desarrollo.

De hecho, el concepto tan choteado, tan mal entendido y aún peor empleado de “niño interior” viene del AT y la comprensión e insight que nos puede aportar va mucho más allá del manejo tan simplista que normalmente se le da.
Pero bueno, una de las tantas cosas que dice el AT es que tanto nuestra creatividad, como nuestra capacidad de sentir alegría y entusiasmo vienen de nuestro “niño”.

Más allá de la teoría, a mí me ha tocado comprobar de primera mano que conocer y estar en contacto con nuestro “niño”, con sus sueños, dificultades y necesidades, nos ayuda a vivir una vida más plena y feliz, puesto que nos permite sacarle jugo a nuestros talentos y también a aprender a ser “papás de nosotros mismos”, como manera de reparar y suplir lo que nuestros padres en su momento no supieron/pudieron darnos.





El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños.


Graham Greene


Dos de las cosas más valiosas que en mi opinión es bueno buscar rescatar de la infancia son, por un lado, la capacidad para “sentir”, en especial para amar y asombrarnos y la segunda, nuestra naturaleza curiosa y la facilidad para imaginar y crear. Me parece que esta mezcla de características y potencialidades da como resultado el verdadero “elixir de la eterna juventud”.

El cuerpo envejece inevitablemente, pero la mente y el corazón sí pueden permanecer jóvenes y esto, a su vez, puede en ciertos casos, incluso hacer más lento el declive de las capacidades y funciones físicas.

Nunca me deja de sorprender la capacidad que tienen los niños de amar; de vincularse de manera genuina y profunda con las personas, seres y objetos de su entorno. No todos los adultos están a la altura de lo que los niños de su vida necesitan y esperan de ellos y, sin embargo, los niños saben sacarle el mejor provecho a lo poco o mucho que éstos les pueden ofrecer. En efecto, para un niño, su supervivencia, tanto física como psíquica, depende de su capacidad de rescatar lo bueno de sus objetos afectivos, independientemente de lo poco o mucho que en realidad tengan de positivo.

Como adultos, según cómo nos haya ido en la feria de la vida, se nos puede complicar más o menos el  dejarnos “sentir”, en especial amor, con la misma intensidad y libertad que tuvimos de pequeños, antes tal vez de que nos lastimaran, decepcionaran, engañaran y/o abandonaran… Sin embargo, estoy convencida de que es una tarea fundamental de la vida adulta, volver a aprender a amar con entrega y naturalidad, sin buscar calcular riesgos ni ganancias; no sólo por el otro sino por nosotros mismos.

Es probable que no logremos recuperar ilesas la inocencia y la libertad de sentimientos de épocas pasadas; sin embargo, todo esfuerzo, cualquier avance son valiosos, ya que nos pueden redituar mayor alegría y plenitud.

 Seguido he pensado que la inocencia, por más frágil que parezca, en realidad es lo que subyace a la fuerza y al valor; la inocencia del adulto, remendada o transformada, puede no ser tan pura como la del niño, pero es sólida y serena, y es creo yo, lo que nos vuelve “resilientes”, es decir resistentes a los embates de la vida.





El niño es el padre del hombre

William Wordsworth


Aunque tal vez no conozca ni use el término “vocación”, un niño sabe, con mucha mayor claridad que cualquier adulto, lo que lo pone feliz, lo que hace que su corazón y su mente se expandan sin límite y florezcan.

Creo que una de las trampas de la edad adulta, a la que somos más vulnerables unos que otros, es la relativa facilidad con la que podemos confundirnos e incluso acabar extraviándonos, entre tantas demandas, imposiciones y expectativas familiares/sociales, al grado de dejar de oír la voz de esa niña o de ese niño que algún día fuimos, que sigue viviendo dentro de nosotros y que sabe que la mayor parte de lo que el mundo nos promete y nos vende como “esencial” para nuestra felicidad, llámese “éxito”, “popularidad”, “aprecio”, “logros”, “trascendencia”, “estatus”, “plenitud”, “reconocimiento”, “sentido”, etc., en realidad no tiene la capacidad de satisfacernos verdaderamente, por muchas razones, pero sobre todo, porque se trata de cosas que nada tienen que ver con nuestra esencia; porque son cuestiones que no significan nada para nuestro niño/nuestra niña, simplemente no le importan.

Hace unos años, vi una entrevista que le hizo Oprah a Jane Fonda, en la cual ésta última dividía la vida en tres etapas, infancia, adultez y madurez. Decía Jane Fonda que para ella, sin duda, la etapa más difícil había sido la de la adultez. Yo no creo que para mí la adultez, momento en el que ahora me encuentro, esté siendo más duro que las épocas pasadas o que las que me esperan.

Lo que sí sé es que en efecto fueron difíciles los años de mi adultez temprana en los que de una u otra manera me dejé llevar por lo que tanto una parte de mí como mi entorno “esperábamos” de mí; hasta que se hizo nítida la gradual revelación de que mi felicidad nada tiene que ver con esas voces externas e impuestas; tan burdas, sin matices ni sutilezas.

Ahora entiendo, aunque no por eso me deje de sorprender, que hoy, como antes y como siempre, lo que me hace feliz, lo que hace que mi corazón y mi mente se expandan y florezcan, es lo que para la niña que fui y sigo siendo, tuvo y tiene sentido, lo que importaba y sigue importando.

 Y la mayor parte del tiempo, se trata de cosas tan sencillas, y  tan accesibles, que me asombra, por contraste, lo ridículamente complejo y escaso de los sustitutos que nos proponen; lo extravagante de las inalcanzables zanahorias que nos ponen a corretear. Quienes hacen las reglas de la sociedad, o no entienden nada de nada, o a propósito nos mandan tras pistas falsas. En lo personal, creo que una mezcla de ambas cosas; ignorancia, más mala voluntad.

El camino de nuestra felicidad, nadie lo conoce mejor que nosotros mismos; sigue el rumbo de todo lo que despierta y aviva nuestra curiosidad, nuestra imaginación y nuestro asombro.

Si sientes que a tu vida le falta un poco o mucho del entusiasmo, de la alegría y del encanto que abundaban cuando eras pequeño, me atrevo a recomendarte que te preguntes qué cautivaba al niño/a la niña que fuiste. Es muy probable que esas mismas cosas, o versiones ligeramente distintas de éstas, te traigan felicidad, significado y emoción hoy también.





“Un niño crece a mi lado”


Hace varios años, leí un libro de Arnaud Desjardins, una de las personas   responsables por haber popularizado el pensamiento y la filosofía de la India en Francia en la segunda mitad del siglo XX. En ese libro, comenta que en el idioma que se habla en la parte de la India que él menciona, al parecer no existe el verbo “tener”, por lo que la gente, en vez de decir “tengo un hijo” dice “un niño crece a mi lado”.

Esta frase me marcó y de hecho, ya la he mencionado en un texto de mi blog en inglés. Creo que como papás, a veces es muy fácil que casi sin darnos cuenta, caigamos en el error de imponerles a nuestros hijos expectativas e ideales personales y/o sociales que poco o nada tienen que ver con su esencia única. 

Por otro lado, es inevitable y también natural, querer encontrar algo de nosotros en ellos, alguno de nuestros gustos, alguna de nuestras características, ya sea física o de personalidad. Y es normal también a veces sentir frustración cuando, aparentemente, nuestros hijos no se parecen a nosotros en lo que más nos importa.

En lo personal, a la estudiante aplicada que fui, a veces le cuesta entender y aceptar que para su hijo, el tema del estudio no ocupe un lugar tan alto en su lista de prioridades y que lo mueva mucho más la necesidad de ser “popular” con sus compañeritos.

Sin embargo, por otro lado, me queda claro que mi hijo no vino a este mundo a “ser como su mamá”, sino a expresar su esencia única y original. Creo también que un niño es como un árbol en el sentido de ya trae dentro de sí la sabiduría milenaria de la naturaleza y de otras fuerzas igualmente misteriosas, que aseguran que si no sufre demasiadas interferencias negativas durante su desarrollo, no puede más que crecer, florecer y dar buen fruto.

Así que, aunque estoy pendiente de él, de sus necesidades, retos y dificultades y aunque busco transmitirle lo que desde mi punto de vista muy subjetivo es importante y valioso, también busco perder el menor tiempo posible con preocupaciones estériles y planes superfluos, para aprovecharlo mejor en verlo “crecer a mi lado”.

Prefiero disfrutar su esencia, ésa que no se puede planear ni tampoco adivinar. No sabía yo que algún día iba a tener un niño alegre, chistoso, cariñoso, irónico, sensible,  tímido, empático, con mucho ritmo y gracia, geniudo, testarudo a veces inseguro y medio “farolón”. Y más que buscar controlar o modificar su forma de ser, creo que lo que me toca hacer es simplemente observar, contemplar y disfrutar a este niño que me tocó tener, cuyo desarrollo es mi privilegio presenciar, y cuya vocación puedo ver surgir y definirse.

No existe, además, mejor recordatorio que un niño de que ser adulto todo el tiempo no es necesariamente la  meta más deseable que se puede tener. Así como ciertos elementos nos permiten detectar ciertas sustancias, por la manera en que reaccionan cuando se mezclan, así mi hijo me ayuda a darme cuenta de cuando estoy cayendo en la “adultez neurótica”, con sus preocupaciones exageradas y obsesiones nocivas. 

Cuántas veces  me he desgastado en regaños, sermones y otras posturas tan acartonadas como inútiles, que sólo generan más de lo que pretenden disminuir o erradicar… 

Y al revés, cuántas veces el drama más grande, con su enojo, ansiedad y testarudez desbordados, se disuelven con un pequeño gesto de empatía y cariño de mi parte, con que la mamá, normalmente tan seria, adopte con su hijo una actitud tan “simple” y juguetona como inesperada…

Hoy, 30 de abril, independientemente de que estés o no en México, mi deseo para ti es que en tu vida y en la de tus seres queridos, nunca falte lo que les permita volver, cada vez que así lo deseen y necesiten, a la magia y al misterio de la infancia.

A final de cuentas, nunca se es demasiado viejo para ser niño…

¡¡Feliz día del niño!!



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Mi hijo con sus amigos, el día de hoy, festejando el día del niño con sus mejores amigos.
Yo, de niña.






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