De decir 'sí', buscar semillas, cuidarse y otros trucos




De decir 'sí', buscar semillas, cuidarse y otros trucos



( Continuación de: De laberintos, recuerdos y preguntas sin respuesta…)


Hola.

Desde hace varias semanas debo la continuación de un post llamado “De laberintos, recuerdos y preguntas sin respuesta” dedicado a un tema complicado y doloroso, el del Mal. Todos estos días he pensado mucho en ésta, la segunda parte, pero pues se han atravesado varias cosas: fechas y eventos especiales, ganas de abordar otros asuntos y, como siempre, el trabajo…Además, aunque me encantan los meses de calor, a veces me afectan bastante y me dejan con muy poca energía, lo que me impide escribir tanto como quisiera.

Pero bueno, aquí estoy, aprovechando estas vacaciones de Semana Santa y Pascua que, en mi opinión dan pie a una de las temporadas más bonitas y tranquilas del año aquí en la Ciudad de México y que por muchos motivos es propicia para la reflexión y  la calma.

La primera parte de este texto, la terminé con la idea de que tal vez la pregunta “¿por qué?” no sea la más adecuada para hacerle frente a ese lado oscuro, trágico y sobre todo, muchas veces absurdo, que tiene la vida, sobre todo en lo que concierne a las manifestaciones de odio, violencia y ánimo de aniquilación del otro, a que nos enfrentamos todos los días, ya sea de cerca o de lejos.

Decía yo que la pregunta “¿por qué?” no es adecuada en este contexto debido a que estamos hablando de asuntos para los cuales, desde los alcances limitados de nuestro entendimiento, tanto personal como a nivel de las distintas disciplinas de nuestro quehacer humano, no hay respuestas verdaderamente convincentes.

En contraposición a esta actitud interrogativa, cuyo trasfondo es yo creo, el deseo de encontrarle algún sentido a lo que nos parece absurdo e incomprensible, evocaba yo una posición que recomiendan todas las grandes religiones y tradiciones espirituales. Me refiero a la postura que se basa en decirle un “sí total a la vida”. Sobra decir que se trata de un ideal ambicioso, una meta en la que hay que trabajar todos los días, y cuyos resultados a veces nos pueden parecer satisfactorios, y en otros momentos, frustrantes.  Sin embargo, ha sido mi experiencia la de que mientras sea genuina la intención de orientar nuestra vida en esa dirección, no tiene mayor importancia el que nuestros resultados sean irregulares.

Como lo anuncié en la primera parte de este texto, en esta segunda mitad quiero ofrecer algunas ideas de cosas que a mí en lo personal me han funcionado para lidiar día con día con este tema del Mal. No buscan de ninguna manera ser una panacea; las comparto más bien con la intención de poner mi granito de arena en la ardua tarea de tratar de llevar nuestra experiencia humana de la mejor forma posible, tanto para nosotros como para quienes nos rodean.

Empiezo retomando con más detalle el tema de “decirle un sí total a la vida”, para luego abordar otras sugerencias.





Un “sí” total a la vida


Aprender a soltar

Como iba diciendo, se trata aquí de una lección que, aunque formulada de maneras distintas, se repite en las enseñanzas de todas las grandes religiones y tradiciones espirituales sobre las que he leído. “Ponerlo todo en manos de Dios”, “desapegarse”, “ser como un recipiente vacío”, “estar en la luz”, etc, son distintas maneras de aludir al intento de abandonar la ilusión de que controlamos el rumbo de nuestra vida y de cederle el timón de nuestro destino a una fuerza que va más allá de nuestro “pequeño yo”.

Me gusta y me parece particularmente clara la manera en la que expone esta actitud la tradición de los doce pasos. Aunque como sabemos, este enfoque surgió como un intento de hacerle frente al problema del alcoholismo y, más adelante se modificó un poco su forma para abarcar las distintas manifestaciones que puede tener el tema de las adicciones, me parece que la sabiduría de los doce pasos puede enriquecer la vida de cualquier persona.

Además de  ofrecer la ventaja de que cada quien puede conceptualizar a su “Poder Superior” como mejor le parezca (Dios, la sabiduría interna de cada quien, la vida, el mismo grupo, etc.), también proporciona toda una serie de herramientas prácticas para clarificar en dónde podemos y debemos enfocar nuestros esfuerzos y nuestras acciones y en dónde es mejor “soltar las riendas”.

Personalmente, aunque no frecuento ningún grupo de doce pasos, sí incluyo diariamente en lo que llamo mi “rutina de bienestar”, la lectura de textos y proverbios de esta tradición porque me dan perspectiva y me recuerdan que en cada momento tengo la opción de elegir actuar con mayor sabiduría y que esa actitud, a su vez, me puede traer mucha paz y alegría.

Ahora, ¿cómo se aplica este enfoque al tema del Mal, a todas las atrocidades, injusticias y tragedias sin sentido que a diario suceden a nuestro alrededor, incluso a veces muy cerca de nosotros y sobre las cuales no tenemos  ningún control?

Aunque me resulta imposible no preguntarme por qué suceden ciertas cosas, no en el sentido de buscar entender las razones mundanas por las que se da algún fenómeno (culturales, sociales, económicas, psicológicas, históricas, etc.), sino desde un nivel más esencial que para mí seguido se traduce en alguna pregunta del tipo “¿por qué Dios permite que algo así suceda?” o “¿por qué tienen que ser así las cosas?”, lo que sí trato de hacer es evitar caer en una espiral de cuestionamientos que no hace más que angustiarme y abatirme.

La manera en que trato de frenar la escalada de preguntas sin respuesta ad infinitum es poniendo todo lo que no entiendo, lo que me duele, me atemoriza y me deja en shock en las manos de mi poder superior. 

Esto no implica que yo piense, como lo hace mucha gente dentro y fuera de las religiones organizadas, que la voluntad y la acción de Dios pueden ser modificadas según la dirección en la que vayan nuestras súplicas. Si fuera así, qué poderosos seríamos nosotros y qué voluble e injusto tendría que ser Dios para favorecer a unos y perjudicar a otros, según lo poco o lo mucho que se intercediera por ellos.

Sin embargo, muchas veces, en instantes de silencio y gran quietud, en momentos de meditación y/u oración, me ha llegado la intuición clara de que poner en manos de Dios el inmenso sufrimiento del mundo es algo que es adecuado hacer.

Hace muchos años, alguien me dijo que uno de los propósitos de las interminables plegarias de todos los monjes y monjas del mundo era justamente equilibrar el balance de las múltiples y diversas fuerzas que mueven al mundo. No sé si eso sea cierto; lo que sí sé es que cada momento que me tomo para meditar y orar, más allá de mis propios anhelos, metas y necesidades, siempre lo ofrezco a este mundo, a la creación que sufre, que llora, que está desvalida y abandonada.

Otra cosa que me ayuda a lidiar con todo lo que me cuesta “digerir” de este mundo es poner en manos de Dios no sólo todos los acontecimientos cuya razón de existir, crueldad y carácter absurdo me rebasan, sino también todos los sentimientos abrumadores que dichos acontecimientos generan en mí.

Por poner un ejemplo, uno de tantos, hace varios meses, vi por primera vez en Facebook un video corto sobre un perrito al que alguien había encontrado en el fondo de lo que parecía ser un canal de desagüe a cielo abierto. A medida que se va acercando esta persona (más la que está filmando) se va dando cuenta, no sólo de que el animal está lastimado, sino de que le arrancaron o serrucharon una de sus patas traseras; el pobre perrito está como ido, casi inconsciente de tanto dolor.

Aunque la segunda parte del video mostraba su increíble recuperación, después de que lo curaron y lo adoptaron, las primeras escenas me persiguieron y me atormentaron durante varios días seguidos y aún hoy, meses después, cada que me topo con el video, me vuelven a partir el corazón.

En situaciones así, me ayuda poner en manos de Dios, la tristeza, la incredulidad, el coraje, el desamparo, la lástima, los deseos frustrados  de proteger a tantos seres vulnerables y todos los demás sentimientos dolorosos que tengo. Hacer esto me calma y me permite cambiar y frenar la actitud de preguntarme sin cesar por qué pasan ciertas cosas.

Como lo había escrito en la primera parte de este texto, ahora me queda claro que este tipo de  cuestionamiento es una manera de rechazar la realidad como es. Ponerla en manos de Dios como lo entiendo, es mi manera de ya no rechazarla, de aceptarla, aunque esto por supuesto no quiere decir condonar la crueldad ni el mal. Más bien lo veo como una manera de “devolverle” lo que rebasa mi capacidad de comprensión, a quien seguramente entiende y sabe por qué la vida tiene que tener este aspecto brutal y absurdo.

Hablando de meditación y oración, hace casi dos años leí un libro maravilloso que describe las bases de lo que se conoce como “Centering Prayer” (oración centrante) así como su fundamentación teórica, basada en un manuscrito anónimo de la edad media llamado The Cloud of Unknowing (la nube del no saber).

Esta lectura me permitió agregarle elementos nuevos a mi forma de meditar, mismos que me han ayudado mucho no sólo a conceptualizar de forma diferente la meditación, así como ciertos fenómenos que la acompañan, sino también a encontrar más equilibrio y paz tanto durante la meditación, como en mi vida diaria.

Uno de los argumentos centrales evocados para justificar la validez de este tipo de meditación dentro de la tradición católica es el concepto de kenosis, término que describe la actitud de “amor que suelta para quedar vacío”, que guió cada acción que tuvo Jesús durante su paso por la tierra. Según la teoría que sustenta la oración centrante, esta modalidad de meditación es valiosa porque poco a poco, nos va enseñando a aceptar y a soltar los pensamientos,  tal y como son, a la vez que vamos aprendiendo a desapegarnos de nuestras expectativas y conceptualizaciones personales de cómo deberían ser tanto nuestros pensamientos como nuestra vida en general.


En días y momentos en los que el dolor y la crueldad del mundo me pesan y me lastiman aún más de lo normal, es un verdadero bálsamo para mi corazón y mi alma el poder recurrir a la oración centrante y simplemente soltar una, diez, cien, mil veces, los pensamientos y sentimientos que tanto me duele experimentar.




Permanecer con los sentimientos que duelen

Por otro lado, otra manera que he encontrado de decirle un sí total a la vida tiene que ver con no buscar huir lo más rápido posible y a como dé lugar de aquellas situaciones que me son desagradables y/o dolorosas.

Cuando se trata del Mal que nos rodea, aunque es válido y necesario evitar caer en espirales de pensamientos y emociones dolorosas, ha sido mi experiencia la de que en ciertos momentos, tenemos que permitirnos simplemente aceptar y experimentar los sentimientos que nos provoca la existencia de la crueldad y la violencia desmedidas, o de lo que le resulta absurdo a nuestra mente.

¿Si lo pensamos, a cuántas cosas complicadas, peligrosas, ridículas y sin sentido, recurrimos como individuos y como cultura, en el afán de evitar sentir el dolor que nos producen ciertas situaciones, o el que surge de nuestra condición humana?

A veces, lo mejor que podemos hacer es permanecer con nuestros sentimientos “negativos” y dolorosos, darles un lugar en nuestra conciencia. Puede parecer paradójico, pero a menudo, el simple hecho de ya no buscar escapar del dolor, sino por el contrario de enfrentarlo, nos da acceso a un infinito océano de paz. Y aunque la paz tarde en llegar, el hecho de sufrir con el que sufre es, de cierta manera, algo que nos corresponde hacer, por ser parte de un todo, no figuradamente, sino en un sentido misteriosamente real. Digamos que el dolor es un común denominador que nos hace a todos humanos y parte integrante de esta experiencia que se llama vida.

Independientemente de nuestras tradiciones, creencias y/o convicciones particulares, creo que esta temporada de semana santa puede ser un buen recordatorio para todos de que, aunque no entendamos por qué tienen que ser así las cosas, es un hecho innegable que el sufrimiento es una parte intrínseca de esta realidad. Incluso aquellos en cuyas vidas la carga de dolor parece ser ligera, tienen que pasar por pérdidas, penas e injusticias. Y como lo recordamos en estas fechas, es común que aquellos que son inocentes o por lo menos más vulnerables, sean quienes tienen que soportar el sufrimiento en sus peores y más intensas manifestaciones. 

No podemos entenderlo, no nos tiene que gustar, pero sí podemos aceptarlo, en el sentido de abrir nuestro corazón a la experiencia del dolor.

Por otro lado, una ventaja o efecto secundario de aceptar experimentar sin filtros los sentimientos y emociones desagradables y dolorosos, es que esto aumenta nuestra capacidad de sentir y disfrutar todo lo positivo y agradable que nos ofrece la vida. Por poner un ejemplo sencillo pero muy común, cuando dejamos de sufrir por anticipado por el lunes que se acerca, con todo lo que éste  implica en términos de carga laboral, presión y prisas y decidimos que cuando llegue le haremos frente con la mejor actitud posible, de repente se abre ante nosotros el deleite total de lo que queda del fin de semana, con todos los momentos agradables que lo conforman.

Asimismo, al abrir nuestro corazón a los aspectos dolorosos de la existencia, tanto en nuestra situación personal como en la del mundo en general, también se agudizan nuestra percepción y nuestra capacidad de apreciar todo lo bueno y maravilloso que  existe en este mundo.




Buscar las semillas de la guerra en nuestra propia vida y hacer lo que el amor demande de nosotros.


Como ya lo he expresado en varios posts, es mi opinión la de que las enseñanzas de fondo son las mismas y se repiten en todas las grandes tradiciones de fe.  Sin embargo, también es cierto que cada quien puede preferir o identificarse más con la forma específica en la que una tradición de fe expresa alguna verdad. A mí en particular me gusta mucho la manera en que el cuaquerismo describe y enmarca ciertos conceptos.


Con relación al tema de este post, me gusta la manera en la que aborda los conceptos de paz y violencia/guerra. Al hablar de la paz, en específico de lo que  llaman el “testimonio de paz”, los cuáqueros argumentan que la paz no es una meta, sino más bien algo que se debe vivir y construir día a día, en todos nuestros actos, incluso en los más insignificantes. Y esto se logra escudriñando nuestra propia vida, tratando de encontrar “las semillas de la guerra” que puedan estar presentes en nuestras ideas y actitudes y buscando transformarlas.  




Por otro lado, también me parece muy bonita su invitación a hacer “lo que el amor demande de nosotros” que en resumidas cuentas, significa poder ir aumentando nuestro nivel de conciencia y modificando nuestro actuar para que cada vez más podamos tener como hilo conductor de nuestra vida, la búsqueda del bienestar y de la felicidad de los demás y no sólo los nuestros.

No todos podemos ser un Nelson Mandela, un Martin Luther King, un Gandhi o cualquiera de los muchos héroes anónimos que ayer y hoy han luchado, incluso sacrificando su propia vida por el bien de los demás. Sin embargo, dentro de nuestro radio de influencia, sea éste grande o pequeño, podemos buscan que siempre sea el amor el que guíe nuestros actos. 

Hace tiempo leí un texto escrito por Mark Ruffalo, conocido actor de Hollywood y activista, del cual se me quedó grabada una frase en específico: “Si te sientes desanimado por cómo están las cosas, es porque no estás haciendo lo suficiente”.

Estas palabras me ayudan mucho, no sólo a combatir el abatimiento y la desesperanza que a veces me embargan, sino también a preguntarme qué puedo hacer, dentro de mis posibilidades y limitaciones, para ayudar a lograr que este mundo sea un lugar menos hostil. Además me dan perspectiva, al recordarme que es probable que los cambios por los que lucho no se manifiesten sino hasta dentro de muchos años, tal vez incluso cuando yo ya no esté aquí. Por último, reavivan mi admiración por todas aquellas personas cuya lucha y sacrificio en condiciones adversas, hicieron posibles tantos cambios, derechos y privilegios que hoy doy por sentados en mi vida.





Autocuidado


Aunque a primera vista podría parecer que este apartado nada tiene que ver con el tema que hoy nos ocupa, le debo a Sally, mi terapeuta, la comprensión de que  muchas veces la sensación exacerbada de desamparo e indefensión que nos puede invadir está íntimamente relacionada con un autocuidado deficiente. Muchos condicionamientos culturales, especialmente religiosos, con frecuencia dificultan el hecho de que podamos “cuidarnos” en la misma medida en la que atendemos y buscamos proteger a nuestros seres queridos.

El autocuidado abarca desde acciones tan sencillas como intentar implementar en nuestra rutina hábitos más saludables, hasta asuntos más complejos como por ejemplo, aprender a poner límites que nos fortalezcan y les dejen muy claro a quienes nos rodean que esperamos que se nos trate con respeto, o aprender a darnos lo que nuestros padres, por sus propios condicionamientos y limitaciones, tal vez no supieron ni pudieron darnos.

Tener y saber aplicar estrategias de autocuidado nos permiten “cargar pilas” a diario pero sobre todo cuando nos encontramos en situaciones especialmente estresantes y/o dolorosas. Esto, a su vez nos ayuda a deshacernos de nuestro rol de víctimas de los demás y de las circunstancias y    a enfocar nuestra energía y nuestros recursos en lograr cambios positivos tanto en nuestra vida como en nuestro entorno.




Por último, un buen autocuidado nos ayuda a tener energía, fuerza y curiosidad de sobra, mismos que nos pueden llevar a explorar temas que van más allá de nuestra vida diaria y sus preocupaciones. Un extra de energía mental y emocional nos puede conducir, en un momento bendito, a percibir que lo que somos en esencia va más allá del tipo de experiencias que nos toca vivir; que somos como el cauce de un río por el que pueden pasar corrientes tranquilas o turbulentas, aguas claras o turbias, peces de extraordinaria belleza o basura… sea lo que sea que pase por nosotros, nuestra esencia no se ve afectada, ni tampoco disminuida su capacidad de contenerlo todo.


Espero sinceramente que estas ideas te sean de utilidad en tu propia lucha por sobrellevar los retos de la vida, así como en tus intentos de hacer de nuestro mundo un lugar más bello y más acogedor y protector de los inocentes y más vulnerables.

Me encantaría que compartieras conmigo tus experiencias y reflexiones sobre éste o cualquier otro tema.


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Si te gusta leer en inglés y/o en portugués, tal vez te gusten las otras versiones de este blog (theiridescentapple.blogspot.com y amacairidescente.blogspot.com), donde  comparto textos diferentes, pero siempre inspirados en un tema común: “el brillo secreto de todo”.

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