¿Avanzar, no moverse, o las dos cosas?
¿Avanzar, no moverse o, las dos cosas?
¡Hola! ¡Feliz año!
No sé si hayas elegido o no hacer algún propósito de año
nuevo. Si sí, ¿Cómo vas?
Confieso que a mí en lo personal, estas fechas me gustan
y me alegran mucho. En efecto, más allá del frenesí de la Navidad que se hace
palpable en la locura de las compras y,
aquí en la Ciudad de México, también en un aumento en el tráfico y en la
agresividad de ciertos conductores, esta
temporada trae consigo, sobre todo entre el 25 y el 31 de diciembre, mucha
calma, tiempo libre y la posibilidad de
encontrarnos con familiares y/o amigos a quienes tal vez no vimos en todo el
año.
Asimismo, son días en los que muchos de nosotros
entramos, incluso a veces sin querer, en un estado muy especial de
introspección, en el que tendemos a reflexionar sobre el año que casi termina,
pero también sobre un ciclo más que pronto comenzará, en la forma de un nuevo
año.
Son momentos particulares, en los que de manera natural, surge en la mayoría de las personas, un anhelo de cambiar para mejor, de lograr crear en nuestros días mayor satisfacción y armonía. Las áreas en las que se centran los propósitos son variadas y dependen de lo que para cada quien es importante, pero en general, la tendencia es hacia lograr un mayor nivel de bienestar sea éste físico, mental, espiritual, laboral, financiero y/o en las relaciones personales significativas.
Son momentos particulares, en los que de manera natural, surge en la mayoría de las personas, un anhelo de cambiar para mejor, de lograr crear en nuestros días mayor satisfacción y armonía. Las áreas en las que se centran los propósitos son variadas y dependen de lo que para cada quien es importante, pero en general, la tendencia es hacia lograr un mayor nivel de bienestar sea éste físico, mental, espiritual, laboral, financiero y/o en las relaciones personales significativas.
A mí me emociona mucho, en los últimos días de diciembre,
poner por escrito las ideas que se me fueron ocurriendo durante todo el mes,
sobre objetivos y pequeños cambios que quiero realizar en el Año Nuevo. Son
cosas sencillas, pero que me ilusionan mucho y sobre las cuales vengo trabajando
desde hace varios años.
Como lo comentaba en un post reciente, mi idea es la de que, además y más allá de establecer propósitos específicos, podemos preguntarnos qué rumbo nos gustaría darle a nuestra vida, y ya con esa directriz, es factible ir trabajando sobre pequeñas modificaciones, con mucha constancia, incluso aunque los resultados a veces tarden varios meses, si no es que años en mostrarse y afianzarse.
Como lo comentaba en un post reciente, mi idea es la de que, además y más allá de establecer propósitos específicos, podemos preguntarnos qué rumbo nos gustaría darle a nuestra vida, y ya con esa directriz, es factible ir trabajando sobre pequeñas modificaciones, con mucha constancia, incluso aunque los resultados a veces tarden varios meses, si no es que años en mostrarse y afianzarse.
Este año, por ejemplo, algunos de mis propósitos son:
tomarme un vaso grande al día de limonada de té verde, igualar o superar la cantidad
de libros que leí en 2017, consultar a un acupunturista, hacer con mi familia dos
o tres viajes cortos en nuestro país, leer de quince a veinte minutos cada
noche con mi hijo, reservar una mañana a la semana para retomar mi estudio del
idioma ruso y ahorrar lo más posible para un viaje especial en 2019, con vistas
a celebrar la “primera década” de vida de mi hijo, como se refiere él a tan
importante acontecimiento.
Sin embargo, por más que me entusiasme ponerme metas a
inicios de año, igual que ver cómo voy alcanzando resultados conforme pasan los
meses, por positivo que me parezca que la gente se empeñe en adoptar conductas
que pueden mejorar su calidad de vida en muchos sentidos, me parece muy
importante hacer aquí una puntualización.
De algunos años para acá, cuando hablo de estos temas con
gente cercana, me gusta decir que vivo en dos dimensiones al mismo tiempo.
Por un lado, está la dimensión de la vida normal o
diaria, por llamarle de algún modo. En esta modalidad de percepción, me vivo
como una mujer de 41 años, mitad mexicana, mitad brasileña, que es maestra de
idiomas y tiene un hijo de nueve años, entre muchísimas características más,
que conforman la persona que soy. Asimismo, interactúo con un medio y con circunstancias particulares, que
incluyen ventajas, limitaciones, retos, problemas y oportunidades específicas.
En este sentido,
es normal que me esfuerce constantemente por analizar y entender lo mejor
posible mi contexto para así poder idear y poner en práctica buenas estrategias
no sólo para desenvolverme en mi realidad, sino también para salir airosa de
dificultades y retos.
Igualmente, se entiende que quiera yo trabajar en mis
características individuales, tanto las consideradas como “cualidades” como las
“limitaciones o defectos” para optimizar las primeras y trasformar lo más que
se pueda las segundas, para así poder “sacarle jugo” a la persona que soy y a
mi entorno, con el objetivo de vivir esta vida de la manera más provechosa y
agradable posible.
En este modo de percepción, es válido hasta cierto punto
considerar esta vida como una especie de carrera de obstáculos para la cual es
bueno prepararse lo mejor posible, para
saber levantarse después de una caída, y para llegar hasta el final,
fortalecido y no disminuido.
Sin embargo, también vivo en otra dimensión de percepción, en la que me queda claro, no como una creencia ni una esperanza, sino como una realidad que siento como el fundamento de mi ser, que las diferencias y la separación que aparentemente existen entre mí y todo lo que me rodea no son reales, puesto que todos somos una sola “cosa”, una sola esencia. No se trata aquí de una fórmula poética para expresar un anhelo de unidad. Se trata de la constitución profunda de todo lo que existe.
Me viene a la mente uno de esos bordados típicos de la
artesanía mexicana, en los que se plasma una escena de la vida diaria de los
pueblos de nuestro país: hay elementos de paisaje, como montañas, un río, una
penca de nopales, etc. También se ven animales y personas; seguido se les
representa trabajando, en especial labrando la tierra.
A primera vista,
en el bordado se perciben elementos que parecen separados y distintos unos de
otros. Sin embargo, visto desde otro ángulo nos damos cuenta de que se trata de
un conjunto, en el que todos elementos están hechos del mismo material, es
decir de hilo, y sus formas específicas se sustentan en un mismo fondo, que es la
tela que se encuentra bajo el hilo y los diseños del bordado.
Así es nuestra existencia y la de todo lo que nos rodea;
aunque en apariencia esté conformada por una infinidad de elementos diferentes,
todos ellos no sólo provienen de una misma esencia, sino que SON esa esencia.
Algunos le llaman Dios, otros le dan otros nombres, y otros más dudan o niegan
su existencia. Sea como sea, todos estamos de acuerdo en que se trata de un
misterio.
Ha sido mi experiencia, y la de mucha gente durante
milenios, la de que en este ámbito, de nada sirve “creer”, ni tampoco intentar aprehender dicho misterio
con nuestro poder intelectual. Como dice el dicho sufí; la inteligencia humana en
estas situaciones es como una lámpara encendida en plena luz del día; no
alumbra nada.
La vía de entrada a nuestra esencia más profunda es a
través de la experiencia directa. Esto lo enfatizan en especial las religiones
orientales, sin embargo, en el Cristianismo, existe también toda una escuela de
misticismo, cuyo objetivo es experimentar de primera mano el misterio de
“nuestro creador” y del alma.
A medida que nos vamos sumergiendo en las aguas profundas
de nuestro ser, por lo general mediante
alguna práctica meditativa y/o contemplativa, esta dimensión más profunda y más
amplia va ganando espacio en nuestra conciencia.
Aunque persistan e
incluso surjan muchas preguntas y dudas, por lo general al mismo tiempo se va
formando en la base de nuestra experiencia un sustrato extremadamente sólido hecho de paz, alegría, asombro y gratitud muy profundos.
Estas sensaciones son, por llamarlas de alguna manera,
“efectos secundarios” de la conciencia que va creciendo en nosotros, de
que lo que somos no es una persona con
tales o cuales características específicas, con una vida que tuvo un inicio y
forzosamente tendrá un fin; un ser al que “le puede ir bien”, pero también
“mal”, con defectos que tiene que buscar limitar para que causen el menor daño
posible, etc. sino que, somos en esencia un misterio, y aunque no podamos nunca
captar la magnitud de ese misterio, sí podemos experimentarlo, y lo que
experimentamos es un océano infinito y eterno de amor, de gracia y de paz. Ésa
es nuestra esencia.
Hoy en día, es un poco como si mi vida la viviera en un
“modo dual”. A veces, me puedo concentrar plenamente en el nivel de percepción
más común, por llamarlo de alguna manera,
y me puedo dejar envolver (ya sea consciente o inconscientemente) por
las alegrías, las preocupaciones y/o cualquier otra demanda que me esté
haciendo mi entorno.
Pero en otros momentos, ya sea de manera intencional, o
como una especie de “insight” que me llega inesperadamente, entro en contacto
con la dimensión más profunda, en la que todo es serenidad y unión, en la que
queda evidente que, como ya lo he escrito en posts previos, “no hay nada que
ganar ni qué perder porque, en esencia, todo ya está ganado de antemano”.
Por último, hay ocasiones en las que puedo vivir ambas
dimensiones al mismo tiempo. ¿Cómo es esto? Pues, por describirlo de alguna
manera, por más que me pueda alegrar y emocionar, o al contrario, angustiar y/o
enojar por alguna circunstancia en particular de mi vida, esos sentimientos
rara vez me sumergen, porque me queda claro que este mundo y todo lo que en él
sucede, incluso la forma que adopto yo, son manifestaciones relativas y
efímeras de una esencia que ésa sí, es absoluta, eterna e inmutable.
Desde ese punto de vista, esta vida es similar a un
juego. Puede ser rudo, trágico incluso, sin embargo, como dicen en inglés “en
el esquema mayor de las cosas”, los riesgos y las pérdidas, por más duros que
sean de enfrentar y de aceptar, equivalen a lo que se puede perder en un juego
de Monopoly. No son pérdidas verdaderas.
Esto no quiere decir que no experimente yo miedo,
preocupación, coraje, alegría etc. por situaciones de esta vida. Sí siento todo
eso, pero al mismo tiempo, siempre estoy consciente de que esta realidad, así
como está constituida, inherentemente incluye una “red de seguridad” como las
que hay en los circos para los trapecistas. Nos pase lo que pase, perdamos o
ganemos, nos vaya bien o mal, vivamos o muramos, a nuestra esencia no le pasa
nada.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la idea de ponerse o
no propósitos de Año Nuevo? Tiene que ver en mi opinión con que, aunque puede
ser positivo, divertido y emocionante planear y poner en práctica pequeños o
grandes cambios dentro de un cierto plazo, con el objetivo de “ser mejores
personas” y de “optimizar nuestras circunstancias”, esto no debe conformar la
totalidad de nuestros anhelos y objetivos. No podemos hacer de un juego el
asunto más serio de nuestra vida. No puede ser nuestro objetivo mayor en la
vida, como dicen hoy en día “ser la mejor versión de nosotros mismos”.
No podemos, si está en nuestras manos evitarlo, pasar por
esta vida, sin nunca haber tenido ni un atisbo de esa dimensión más profunda de
nuestro ser. ¿Por qué no? Porque equivale a vivir en una jaula, de principio a
fin, a recorrer una carretera panorámica con los ojos vendados.
En mi lista de propósitos, el punto más importante es
hacer todos los días lo que llamo mi
“ritual de bienestar” que consiste básicamente en encontrar tiempo dos veces al
día para meditar, rezar y/o leer obras de distintos sabios y místicos de hoy y
de antaño.
¿Por qué es ése mi propósito más importante? Porque es la
mejor manera que he encontrado de dejar en mi vida una puerta abierta a lo que
va más allá de lo que se le puede ocurrir a mi ser limitado, o al “pequeño yo”
como también se le conoce. Es la manera más eficaz que conozco, de no ser un
“sistema cerrado” orbitando eternamente su propio ombligo.
Hace mucho, el hermano de mi padrastro, quien es gurú, me
dijo: “La meditación es para que te transformes en lo que te tengas que
transformar, y no en lo que tú te quieras transformar”.
Mi “ritual de bienestar” es entonces mi manera de invitar
a cada momento de mi vida, a esa dimensión profunda, que no está peleada con la
dimensión más “de a pie”, sino que al contrario la engloba y, aunque le quita
el lugar central que por lo general le asignamos, al mismo tiempo, la valida, la
legitima, la redimensiona y la resignifica como nada más lo puede hacer.
Todo esto es yo creo para decir: está muy bien buscar
mejorar, avanzar, cambiar, progresar, etc.; sí, pero siempre y cuando, al mismo
tiempo, sepamos en lo más profundo de nosotros, que en realidad, en términos
absolutos, nunca nos movemos ni nos
hemos movido, ni tampoco hemos sido nunca nada diferente de lo que somos en
esencia. Desde esta realidad, “cambiar”, “mejorar”, “avanzar” son cosas que
simplemente no tienen cabida; no existen.
Así que, ya sea que hayas hecho o no propósitos de Año
Nuevo, si me lo permites, te invitaría a que te plantearas la posibilidad de
considerar una sola idea; la de pensar en maneras de abrir una puerta o una
ventana de tu vida a esa dimensión profunda que todo lo subyace y lo sustenta,
que todo lo pone en su justo lugar y que es lo único que le puede dar a esta
aventura llamada vida un significado duradero.
El gurú también decía al final de cada sesión de
meditación: “Pues a gozar, que de eso se trata el juego”.
La certeza absoluta de que no hay nada que cambiar, ni
que mejorar, ni que pagar equivale a la libertad más grande y más
maravillosa que nos podamos imaginar. Y es nuestra, desde un principio.
Por eso es que podemos salir a gozar cada minuto de cada
día, con inmensa paz, alegría y gratitud.
¡¡Feliz Año!!
Encuéntrame en Instagram: manzana_iridiscente12
Escríbeme a theiridescentapple@yahoo.com
Si gustas leer textos diferentes en inglés, visita mi otro blog: theiridescentapple.blogspot.com
Comentarios
Publicar un comentario