Brillos efímeros y tesoros escondidos...
Brillos efímeros y tesoros escondidos....
No creo que nadie se
case pensando en que algún día se va a separar de la persona que ha elegido
para esposa/o, aunque en retrospectiva, a muchos tal vez nos quede claro que el
divorcio era el único desenlace posible para la historia de nuestra (dis)pareja.
Pero ése es otro tema.
La semana pasada fue
el festival navideño de teclado de mi hijo. Todo estuvo muy bonito, gracias al trabajo de la maestra, el empeño de los niños, la generosidad de quien
puso la casa y la emoción de los papás y otros familiares de los “concertistas”.
Aunque en general disfruté mucho el momento, esa
noche cuando me acosté, me sentía triste.
Me entraron mis
cinco minutos de duelo y de autocompasión, resumidos en el pensamiento: “Cuando
me casé, no me imaginé que tendría que compartir un momento tan especial y
significativo como el de hoy con mi exsuegra, mi exesposo y su novia.
Supongo que más allá
de mi historia personal, momentos de tristeza así le pueden venir a
cualquiera, causados por el desfase que tan seguido se da entre nuestros
anhelos, sueños y expectativas y la manera en que las cosas se presentan en
realidad.
Pensando en mi caso
particular, en específico en mi matrimonio fallido, son dos cosas las que más me
han dolido con relación a cómo terminaron las cosas. La primera es la sensación
de haber sido abandonada, realmente plantada, de la noche a la mañana, en una
relación y en un proyecto de familia. La segunda, es la creencia de, por una
mala elección, haber echado a la basura mi mejor oportunidad de tener y
construir una vida de pareja y de familia digna de dicho nombre.
Bien dicen que la
almohada es buena consejera. Al día
siguiente del concierto, amanecí más serena y me quedé pensando en cómo, muy
seguido, lo que imaginamos que nos va a garantizar la felicidad más bien nos
trae tristeza y decepción y al revés, lo que tomamos como una pérdida o
derrota, con el tiempo revela ser una bendición.
En alguna sesión de
hace algunos años, mi terapeuta me dijo: “perdiste un esposo, pero ganaste una
Ana Paula”. Es cierto. El divorcio me enfrentó a situaciones que me obligaron básicamente
a actualizar todos mis recursos y a replantearme mi vida, en especial, a la luz
de lo verdaderamente esencial para mi felicidad y paz de espíritu. De un abandono muy duro de asimilar surgió
una mayor capacidad de acompañarme a mí misma.
Y en cuanto a poder construir una relación de pareja y una
familia sólidas, lo que he vivido en últimos años me ha hecho ver las cosas de
manera muy diferente.
Después de mi
divorcio, conocí a alguien me enamoré como nunca lo había hecho en mi vida adulta. Sin embargo, aunque creo que el sentimiento era recíproco, la cosa no prosperó, en mi opinión porque el timing fue bastante
malo y porque él prefirió llevar su vida por el rumbo en el que ya iba
encarrilado.
Al ya haber pasado
por la experiencia del matrimonio y al habérseme escapado el amor con a
mayúscula, la verdad es que no le veo mucho caso a la opción de salir por
salir o por “no estar sola”, ni tampoco a invertir tiempo y energía en ver si de
casualidad entre alguien "x" y yo nace un atisbo de un sentimiento que con la persona que mencioné antes se dio tan natural y abundantemente.
Por todo esto, hoy ya no busco de forma activa conocer gente con miras a encontrar una pareja y más bien mi tiempo lo
reparto entre el trabajo, mis hobbies, los amigos y mi familia.
Porque ésa es otra
cosa que he aprendido a lo largo de este proceso, a veces complicado y
doloroso, pero invaluable: la familia “papá, mamá, hijos” no sólo no es la
única opción posible, sino que tampoco tiene real primacía sobre las otras muchas configuraciones
que existen en la realidad, al contrario de lo que insisten en vendernos amplios sectores de la
sociedad, en especial de las iglesias.
En esa misma línea,
he comprobado que ser soltera no es en sí ni peor ni mejor que vivir en pareja. En la “soledad” que me ha tocado vivir, en ese estado en general tan temido e
indeseable, he encontrado casi todas las cosas que más valoro en mi vida. A solas, he desarrollado mis talentos, he explorado
los temas que me interesan, he madurado y me he hecho fuerte. Y sobre todo, he
ido más allá de los límites arbitrarios que imponen la sociedad, la educación y
los condicionamientos, a la experiencia que podemos tener de nosotros mismos, de quién o qué somos en realidad.
Así que, regresando a
la noche del festival de música de mi hijo, a la par de la tristeza ocasional debida a la forma en que sucedieron ciertas cosas, al mismo tiempo
hay alegría y gratitud:
·
De tener un hijo; lo más
maravilloso que me ha pasado, al grado de que, a casi nueve años de su
nacimiento, a veces aún no me la creo que lo tengo en mi vida.
·
De que su papá sigue
presente en su vida.
·
De que cuando veo a mi exesposo, ya no lo veo como uno de los más grandes errores de mi vida, sino como parte de una experiencia de mi pasado, misma que me dio lo que más amo en mi vida y que ayudó a que yo me volviera quien soy hoy.
·
De que su novia parece ser una buena
persona y querer genuinamente a mi hijo.
·
De que la suegra que en últimas épocas
del matrimonio se había vuelto una persona con quien para mí se había vuelto imposible convivir, ahora es una exsuegra con quien logro interactuar con cordialidad y sin resentimientos, las dos
o tres veces al año en que nos encontramos.
Pero sobre todo,
alegría y gratitud de que la vida continua y da muchas vueltas, de que no hay
límite para cuánto podemos aprender y cambiar y de que, aunque la realidad a
veces pueda estar bastante distante de la manera en que nos la habíamos imaginado, eso no afecta
necesariamente nuestras posibilidades de encontrar paz, alegría, satisfacción y asombro.
¿Y a ti? ¿Qué te da
tristeza a veces? ¿En dónde has encontrado alegría, aprendizajes y bendiciones
inesperadas?
Encuéntrame en Instagram: manzana_iridiscente12
O escríbeme a theiridescentapple@yahoo.com
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