Regalos de la vida
Regalos de la vida
Había planeado escribir este
post sobre meditación, pero pues hoy ha sido un día raro, en el que he sentido
muchas ganas de escribir, pero no se me ha antojado abordar ninguna de las
ideas de mi lista para futuros posts.
Hace justo una semana, a esta
hora, estábamos en el aeropuerto de Puerto Vallarta, esperando a tomar el avión
de regreso a la Ciudad de México, después de haber pasado una semana padrísima
en la playa.
En el avión ya venía yo pensando
en mis clases, en pendientes, etc, pero antes de poder instalarme otra vez de
lleno en mi rutina y en mi “vida normal”, el lunes en la tarde tuve una caída
muy fea aquí en la casa, por un descuido, y por las prisas (las malditas prisas
son lo único que realmente no me gusta de mi vida) y me lastimé la rodilla.
Durante unos días, quise creer que con reposo
me iba a componer pero al ver que la rodilla seguía igual de adolorida e
hinchada, no tuve más remedio que ir al hospital
.
Ahorita tengo la pierna
inmovilizada en un vendaje que según los doctores es especial para favorecer la
desinflamación. La idea es que ya que la rodilla esté un poco menos hinchada,
me puedan hacer una resonancia para determinar si me tienen que operar o no.
Aunque en estos días he pasado
por momentos de aprensión por no saber si voy a poder trabajar o no, cuánto dinero voy a
dejar de ganar, qué tanto va a tardar el seguro en reembolsarme lo que ya llevo
gastado en consultas y estudios, por otro lado he sentido mucha tranquilidad y
gratitud, por la razón más obvia de que el accidente podría haber sido peor,
pero por muchas otras cosas también, como por ejemplo que mi trabajo, además de
que me gusta, me permite pagar un seguro que me da acceso a un buen hospital.
Este accidente me ha hecho
recordar, así como lo hizo el temblor tan reciente que vivimos en varios
lugares de México, lo frágil que es lo que consideramos nuestra “vida normal”.
Como dicen, en un abrir y cerrar de ojos, las cosas pueden cambiar
radicalmente, a veces para siempre.
Creo que estos reveses de la
vida a veces nos remiten a un modo de percepción y de pensamiento diferente,
tal vez más sencillo, tal vez más claro.
Por un lado, creo que nos ayudan
a apreciar más el enorme valor de lo que
seguido damos por sentado en nuestra vida, como la salud, el trabajo, la
presencia de toda la gente a la que queremos, su cariño y su apoyo. ¿Cómo sería
mi situación si no tuviera a mi mamá, que en estos días me ha llevado de comer
a la cama, me ha ayudado a envolver mi pierna vendada en bolsas de plástico
para que me pueda yo bañar, sin mencionar todo lo que de por sí ya hace en días
normales, como ir por mi hijo a la escuela y llevarlo a sus clases de la
tarde?, ¿Qué haría sin mi padrastro que con toda la paciencia del mundo me
lleva a mis citas al hospital y espera conmigo, sin enojarse de que el doctor
nos reciba más de una hora tarde? ¿Y qué decir de mis amigos y alumnos que,
cuando hablo con ellos, lo único que tienen conmigo son paciencia y palabras de
aliento?
Por otro lado,
creo que los momentos difíciles nos enseñan, ahora sí que a fuerzas, a aceptar
lo que la vida nos va presentando. Justo ayer, que fue un día difícil, me llegó por Facebook un texto de
Richard Rohr en el que dice que, sin importar cuáles sean nuestra vocación y la
manera en que entendemos la vida, nuestra postura se tiene que basar en un “Sí”
total a la vida.
Es todo un reto, pero en eso se basa nuestra posibilidad de experimentar paz,
alegría y gratitud duraderas. Porque con frecuencia, no sólo no le decimos sí a
lo “malo”, sino tampoco a lo que consideramos bueno. El miedo a que se acabe lo
bueno o pensar que no nos lo merecemos, son algunos ejemplos de cómo no le
decimos “sí” a los muchos regalos que a diario nos da la vida.
Hace mucho que soy alumna en
este tema; a veces me saco un 5, como ayer y antier, que mi malestar físico y
mi incapacidad de trabajar me llenaron de preocupación y desánimo, no sólo
sobre mi situación actual, sino también sobre el futuro.
Sin embargo, en otras ocasiones,
incluso en medio de mis patrones de pensamiento y de sentir ya tan trillados,
encuentro paz, alegría y confianza en
que lo que está pasando es precisamente lo que tiene que pasar y entiendo que
mi tarea principal no es angustiarme ni ver cómo salgo lo antes posible de esta
situación “negativa” que vino a interrumpir el “curso correcto de las cosas”,
sino más bien, estar abierta a lo que esta situación me permite experimentar, a
todo lo que no habría sido posible si las cosas no hubieran ocurrido así.
Lo poco o mucho que he logrado
en este tema, lo debo a lecturas como la de Richard Rohr que mencioné
anteriormente, pero sobre todo a los momentos en los que me permito dejar este
mundo y sus atractivos y distracciones, para sumergirme en el océano interior.
La superficie puede estar agitada, con olas de pensamientos y emociones de todo
tipo, pero si persisto, poco a poco, la calma de las profundidades se impone y
no hay vez que estos momentos pasados en silencio no me inunden de serenidad, gratitud y confianza.
Lo que
pido hoy es que esos atisbos de intuición y sabiduría, los tengamos
todos los días, en los acontecimientos más comunes y rutinarios y no sólo en
momentos insólitos o graves. Que nuestros ojos y todo nuestro ser se hagan más
sensibles a todo lo que podemos experimentar en cada momento de la vida, como
es y como viene. Que sea cada vez menos el tiempo que pasemos imaginando
escenarios distintos y “mejores”. Que
cada vez más podamos sentir serenidad y alegría, incluso en medio de la angustia
y del desánimo
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